“YA ME PARECÍA A MÍ QUE ERAS DEMASIADO HUMANA, PARA SER HUMANA”

La Teniente Ripley a Annalee Call cuando descubrió que era un robot (Alien Resurection)


martes, 3 de noviembre de 2015

LA CONCERTISTA DE GUITARRA CLÁSICA QUE VENDE CABALLOS CARTUJANOS

CUENTOS CHINOS. DE VERDAD

LA CONCERTISTA DE GUITARRA CLÁSICA QUE VENDE CABALLOS CARTUJANOS

Hace unos días me invitaron a un concierto que daba un cuarteto de cuerda en una galería de arte.

El planteamiento era muy interesante, porque se trataba de un cuarteto compuesto por dos catalanes (2º Violín y Chelo) y dos pequineses (1er. Violín y Viola), rodeados de una obra pictórica de una artista pequinesa Li Wei, que desarrollaba una interesante técnica puntillista aplicando tinta sobre lienzo de seda punteado.




El tamaño de la sala hizo que los alrededor de 50 asistentes que éramos nos sintiésemos privilegiados.

Al ser un concierto así como familiar, los artistas fueron explicando cada obra que iban a interpretar, y de ese modo, descubrí a un músico italiano del barroco que no conocía y que me resultó un auténtico hallazgo y cuya música disfruté hasta la última corchea.

Se trataba de Teodorico Pedrini, religioso que decidió ser misionero y se fue a China, donde estuvo más de 30 años en la corte imperial. Fue un personaje muy apreciado y muy bien considerado, y a su música siendo puramente barroca se le adivina un ligero toque oriental.

El cuarteto nos deleitó con dos piezas, compuestas por él hace 300 años, una de ellas concretamente en 1701.

El programa continuaba con el inefable Wolfgan Amadeus.

Interpretaron el Requiem que fue su última obra, y que no pudo completar porque falleció antes de terminarla. Sergi el Chelo, nos anunció que sólo tocarían hasta la Lacrimosa que es lo que Mozart compuso. El resto lo obviaron porque fue acabado por sus discípulos.


Por cierto, tanto en las piezas de Pedrini como en el Requiem, hay ciertos escalofriantes solos para Chelo



que aparte de erizarme la piel, me hicieron recordar a una joven publicitaria sevillana que conocí hace unos años, Belén Moreno, y que alterna su creatividad, entre la publicidad y el susodicho instrumento. Un día tuve la suerte de que tocase para mí…bueno y para unos cuantos más y pensé que esta mujer tenía por delante un hermoso futuro musical.

Luego la América de Dvorak, completó el programa.

No hubo necesidad de pedir un bis, porque en este tipo de conciertos el bis ya viene ensayado y preparado. Y esa fue una gran sorpresa de la noche.

Yo tenía sentado delante de mí a un tirillas chino con barba de chivo, (Se aprecia, aunque levemente, en la foto), gafitas redondas y vestido con pajarita blanca.


Le llamaron al escenario y explicaron que había sido el arreglista de las piezas de Pedrini y que había arreglado también una pieza que un músico Shanghainés de la primera mitad del siglo XX, compuso en 1949 y que quiso con ella recrear el ambiente de la vida en la época decó de los años 20s y 30s.

A mi me pareció que el ritmo era un 3x4 que se corresponde con el típico de los valses. Y allí nos “vinimos todos arriba”, como nos recuerda la publicidad que tiene que sucedernos en estos tiempos modernos. Y con ese cierre, alcanzamos el techo que la belleza, la estética y la plástica nos tenía reservado para ese día.

Al salir, me fui al puente sobre el Río Suzhou, al que aquí llaman the creek (el arroyo), para mirar desde allí el skyline de Pu Dong, que como mi amigo Albert Creus sabe bien porque lo ve desde su casa, es una de las imágenes más bellas del Shanghai nocturno. Por cierto, durante las últimas semanas hemos tenido una obra en ese distrito y eso nos ha obligado a hacer largos recorridos nocturnos en Taxi y disfrutar de la enorme belleza urbana de esta gigantesca metrópoli.

Pero no os voy a hurtar la anécdota que da título a este articulillo.

En el intermedio del programa musical, nos invitaron a un vinito, que dado que una de las propietarias de la galería es francesa, se trató de un "Chatea algo" de Burdeos, bastante rico. Aunque, esta vez en lugar de canapés fueron unos aperitivos chinos, equivalentes a nuestros ganchitos de queso, de los que no haré comentario.

Se me acercó una señora que me preguntó si yo hablaba español, (¿tanto se me nota, sin haber articulado una palabra?), y me dijo que ella era Americana y que su profesión “principal” era concertista de guitarra clásica. Le pregunté por su magnífico español y me dijo que se había trasladado a vivir a Granada, porque al ser la patria de Andrés Segovia, quiso ir allí a impregnarse de su espíritu y a ver si se le pegaba algo. 

A mí no me sonaba que Segovia fuese granadino, aunque es verdad que debutó artísticamente y vivió mucho tiempo en esa ciudad por lo que probablemente ha quedado ligado a la hermosa Granada para la historia.

Efectivamente, he buscado su biografía y he visto que nació en el mismo pueblo que mi padre, Linares, como dice el saber popular, “donde tres huevos son dos pares”.

Y la señora (siento no recordar su nombre) me explicó que desde que se trasladó a una ciudad en la que la guitarra está omnipresente, su conocimiento del instrumento había aumentado mucho.

Charlamos un rato sobre, Segovia, Yepes, Regino, y como no podía ser de otro modo, salió a la conversación el Maestro Joaquín Rodrigo. Yo le conté una anécdota que me sucedió una vez en el Palau de la Música de Barcelona. Y es que fuimos a ver una interpretación del Concierto de Aranjuez, en la que el solista era un guitarrista que estaba considerado el mejor intérprete argentino de ese concierto y que lo llevaba tocado más de 500 veces ante audiencias de todo el mundo. Ella me preguntó si se trataba de Ernesto Bitetti. Yo le contesté que creía que sí, pero que de lo único que me acordaba es de que su apellido era italiano, como el de tantos argentinos. Bueno pues este buen hombre, se quedó en blanco en medio del concierto y no pudo seguir, porque se encontraba totalmente perdido. Se levantó, nos pidió disculpas al público, se acercó al director de la orquesta, le pidió que reiniciasen en un compás concreto, y la volvió a cagar. Repitió el mismo ritual de disculpas y finalmente pudo acabar el concierto.

La señora me dijo que eso pasaba de vez en cuando, pero que normalmente cuando les sucede suelen compensarlo con una improvisación que el público no entiende y alucina y al director le vuelve loco. Y me contó que su marido que era Violonchelista de la orquesta de Philadelphia, se quedó una vez en blanco tocando a Stravinsky, y se puso a improvisar. El director trató de seguirle, pero el hombre le tomó gusto a su improvisación y durante un buen rato volvió loco al director y a la orquesta, hasta que volvió a la partitura. El público agradeció mucho la improvisación y le premió con una gran ovación.

Así transcurría la conversación cuando la pregunté qué hacía en Shanghai. Cual no fue mi sorpresa cuando me dijo que había venido a vender unos caballos cartujanos.

- Perdón, ¿y que tienen que ver los caballos con la guitarra?.
- Nada, pero tengo unos amigos que tienen caballos y como yo hablo mandarín he venido a ayudarles a vendérselos a los chinos, que se pirran por estos pura sangre.

- Y ¿Dónde aprendiste mandarín?

- Aquí en Shanghai. Es que yo formaba parte del cuerpo diplomático de la embajada norteamericana, y nos enseñaban el idioma con un método que en 6 meses lo aprendíamos. Teniendo en cuenta lo que me cuesta a mí aprender cada nueva frase no me creí una palabra acerca del sistema en cuestión. Pero ella me aseguraba que era un método que tenían en la Embajada y que es rechazado por las escuelas de idiomas porque les fastidia el negocio.

Bueno, no sé que sería verdad de todo esto, pero me pareció una extravagancia que una concertista de guitarra clásica Norteamericana, y residente en Granada, estuviese vendiendo caballos cartujanos en China.

Como dijo el ingenioso hidalgo: “Cosas veredes Sancho que farán fablar las piedras”

Shanghai, 4 de Noviembre de 2015


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