INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Este fin de semana estuve
viendo la película protagonizada por Joaquin Phoenix, titulada Her, en la que
un tipo en un futuro no muy lejano se enamora de un OS (Operating System) que
dotado de una voz femenina sensual donde las haya (I love you Scarlett
Johansson) y un algoritmo capaz de reproducir actitudes y pensamientos humanos,
además de resolver problemas menores de tipo mecánico, como leer la
correspondencia, contestar e mails y hacerse cargo de las engorrosas funciones
domésticas, hace como de asistente emocional del sujeto que contrata el
susodicho OS.
El guionista de la película
se atreve a ir “más allá” de donde otros llegaron antes y dota a la seductora
OS Samantha-Johansson de emociones, que ella misma percibe como un peligro y
expresa como va sintiendo su presencia en su cuerpo virtual dentro del servidor
que corresponda.
Por cierto, como la película
se desarrolla en un futuro tecnológico supuestamente próximo, los exteriores y
algunos espacios interiores de alto nivel de diseño, están rodados en Shanghai,
en el distrito de Pu Dong (entre otros). Os va a hacer gracia pero lo primero
que reconocí y que me sugirió donde estaba rodada fueron las papeleras que hay
en la pasarela peatonal de Lujiazui.
Bueno, la película va haciendo aguas por alguna grieta del guión, de esas que se “perpetran” al servicio del marketing peliculero hollywoodense y pensando siempre en el público adolescente pero no por ello perdió mi interés, porque este precisamente es un tema que me ha preocupado desde que leí por primera vez “I Robot” de Isaac Asimov.
Es magnífico constatar como
ese visionario escritor en el año 1950 fue capaz de “adivinarle el pensamiento”
a ese genio astrofísico de la ciencia que se llama Stephen Hawkins.
Hoy, en La Vanguardia, me he
encontrado con la polémica a la que el mes pasado dieron lugar unas palabras
del ilustre científico:
En diciembre de 2014, el físico teórico Stephen Hawking generó
una inusitada polémica en el ámbito científico al referirse al desarrollo de la
inteligencia artificial, afirmando que los avances en el área, lejos de ayudar
a la raza humana, implicarían su extinción.
Y no puedo estar más de
acuerdo con él, cuando veo a mi alrededor los comportamientos que genera la
tecnología de consumo individual distribuida a través de smartphones, tablets,
laptops, smartwatches y lo que vendrá en nada de tiempo. Y de que manera esa
forma de ansiar el estar permanentemente comunicado, sume a los individuos en
un modo de incomunicación y aislamiento, como ningún otro “avance tecnológico”
había conseguido hasta ahora.
La literatura y el cine a lo
largo de medio siglo largo, nos han ido advirtiendo de lo que se nos va
viniendo encima al respecto, y seguimos impávidos ante ello como si la cosa no
fuese con nosotros.
Hace unos días he visto que
en Madrid hay una exposición sobre robots e inteligencia artificial que espero
poder ir a ver en mi próximo viaje a España y que se anunciaba,
algo así como: “Hay que irse acostumbrando a vivir rodeados de robots, porque
están aquí para quedarse”. (No os toméis la frase en su expresión literal,
porque seguro que es una interpretación mía recordatoria).
En 1968, Stanley Kubrick
ayudado en el guión por Arthur C. Clarke, el autor del libro homónimo, nos
advertía de los peligros de no controlar la A.I. en su hermosísima “2001, una
odisea del espacio”.
También recuerdo una película
del año 1999 (El Hombre Bicentenario) magistralmente interpretada por Robin
Williams, en la que un robot sobrevivía a su “familia de adopción” y llegaba a
vivir 200 años; y sustituía a sus “familiares humanos” en una grandísima parte
de sus funciones, con lo cual los humanos cada vez iban siendo menos humanos,
mientras que el robot, cada día lo iba siendo más, hasta el punto de que (creo
recordar) el robot se va dotando de órganos humanos hasta convertirse en un
ser humano extraordinariamente sabio y mortal.
Steven Spielberg también muy preocupado por el tema, rodó en 2001, A.I. (Inteligencia Artificial) más o
menos con la misma temática e inquietud. Y el año pasado 2014 produjo
conjuntamente con la bella y ahora ya más madura Halle Berry una serie titulada
Extant, con poco éxito de audiencia; en mi opinión por un guión no muy bueno y
una actriz principal (H. Berry) bastante mala.
Otro buen intento de
advertencia, lo tenemos en la excelente serie británica Black Mirror. Una serie
de capítulos inconexos, cuya única relación estriba en que van alertando de
distintos efectos del desarrollo tecnológico. La serie no es mojigata en ningún
modo y no es un grito de alerta, sino únicamente una descripción de un efecto
posible.
El capítulo protagonizado por
Jon Hamm (el de Mad Men), en el que los propios ojos se conectan a una cámara
que va retransmitiendo a un grupo de voyeurs lo que va sucediendo, y en el otro
sentido, el "monitor" del sujeto va “sugiriéndole” como actuar "in situ" para
triunfar en su relación con el otro sexo, es para la antología de la ciencia
ficción.
Y por último, una de las
mayores maravillas del género en la que la Inteligencia Artificial alcanza el
cénit, está interpretada y coproducida por Johnny Depp, y se titula
Trascendence. Considerada por los amantes del género como la mejor película de
Sci Fi del momento.
El cénit se alcanza con el
traspaso de una conciencia humana a un algoritmo que se desarrolla en un
servidor con la mayor de las potencialidades humanas y otras “más allá” de las
capacidades del hombre.
Siempre me ha interesado el
género de la Ciencia Ficción, por la capacidad de imaginar lo que aún no es,
pero pudiera llegar a ser.
Es cierto, que hay muchas
predicciones que no se han cumplido ni en broma. Y que la mayoría de escritores
del género pueden ser tachados de aventureros, pero no soy capaz de imaginar lo
que le dirían a Julio Verne, cuando
escribió sobre el viaje a la luna o sobre sus 20.000 leguas de viaje submarino.
La ciencia ficción moderna,
viene amparada por investigación, y aunque se deje un espacio amplio a la
imaginación, la probabilidad de describir un futuro posible, cada vez está más
próxima a la realidad.
Por eso, precisamente por
eso, me inquieta mucho todo lo que se está escribiendo acerca de la
Inteligencia artificial.
Sin tratar de asociarlo a un
futuro apocalíptico, me pregunto si algún día seré testigo de los cambios en la
estructura del pensamiento y la emocionalidad humanos, y por supuesto de los
sociales que ello implicaría.
Tiendo a pensar que será cosa
de mis hijos o nietos. Aunque podría no ser así.
En mi propio ejemplo personal
os daré un par de datos, que me crean muchas dudas y ninguna certeza.
1.
En el año 1998,
di una conferencia en El Cairo conjuntamente con mi colega David Turner, a la
que titulábamos “A los hijos de los hijos de nuestros hijos” (seguro que a los
aficionados a la música os suena este título).
Describíamos
el mundo 50 años más tarde (2048), como
consecuencia del entonces emergente fenómeno de Internet.
Tengo
que decir que muchos de los cambios sociales y de comunicación que sugeríamos entonces
con vistas al año 2048, ya han sido superados ampliamente.
2.
En segundo lugar,
me gusta comentar que yo fui un niño que creció sin TV. ¿Quién me habría dicho
entonces lo hipercomunicado que iba a estar yo viviendo hoy en China.
En definitiva, mi aviso a
navegantes aquí es: “No desdeñemos toda esta ficción, porque cualquier día podemos
tener una sorpresa”.
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