En unos días elegiremos nuestros representantes en el Parlament de Catalunya.
Y la situación no podría ser, pues no parece fácil que sea,
más caótica ni más imprevisible.
Llevamos unos días de quinielas, componendas, rechazos
viscerales a posibilidades de pacto, grandilocuencias huecas, enormes dosis de
autosuficiencia, gigantescas dosis de demagogia, engaños decididos,
imposiciones ideológicas, llamadas al disparate, propuestas de imposible
cumplimiento, y un altísimo grado de emocionalidad, fanatismos,
banderizaciones, apelaciones a patrias descompuestas como si estuviésemos en el
siglo XIX.
Nacionalismos de aquí y de allá.
Y muy poquito espacio a lo racional, a lo necesario, al
futuro con mayúsculas que no al futurillo a corto plazo. Al cosido de la quiebra
social, a la vida en común entre dispares, a la construcción de una sociedad
con capacidad para todos los que la componemos.
Hace años que pregono que la movida independentista dejaría
a la mitad de catalanes frustrados, pero he sido incapaz de saber qué mitad
sería esa.
Y si….
… ¿ganase el independentismo? ¿Impondrían su punto de vista,
su ideología y su estrategia a la otra mitad?
Y si…
… ¿ganase el constitucionalismo? ¿Frustrarían los anhelos de
la otra mitad independentista?
Y si…
… ¿empatasen?
¡Ay! Si empatasen. Van proclamado por ahí que habría que
volver a votar.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta que les gustasen los resultados?
Nunca se sabe que credibilidad se puede otorgar a los
estudios de opinión, sobre todo en materia electoral y con el agravante del momento
político tan incontrolable como el que estamos viviendo en Catalunya.
Pero si se cumplen lo que prevén la mayoría de encuestas,
nos encontraríamos fácilmente en esa situación: el empate.
También coinciden en que hay más de medio millón de personas
que no votan normalmente y que dadas las especiales circunstancias esta vez sí
van a ir a la urna.
Lógicamente, los independentistas estiman que esa gente va a
proteger y abundar los anhelos de esa tendencia, y que la alborada del 22 será
un canto a la Independencia, a la República y al adiós a España, a Europa y a
quien ose oponerse en cualquier punto de la Galaxia.
También lógicamente, los constitucionalistas están
convencidos de que son los más positivos con la permanencia en España, los que
van a salir en masa a manifestar su deseo, porque esta vez sí que sienten que peligra
el statu quo que les conforta y con el que se sienten identificados.
Tanto en un caso como en otro, necesitarían que ese “apoyo
masivo” a sus tesis alcanzase niveles de notable alto, es decir por encima del
70% en opinión de los más intelectuales del pensamiento y análisis político,
para que sus tesis estén legitimadas y puedan ser impuestas al restante 30%.
Y lo repito, esto es aplicable tanto en el caso de victoria
electoral independentista, como constitucionalista.
Pero si vamos a seguir teniendo mayorías exiguas 52/48 o 48/52,
no va a existir argumento de legitimidad para poder llevar a cabo prácticas
ideológicas, porque programas, lo que se dice programas, están aún por
conocerse.
No parece un disparate pensar que esta es la opción más
probable: la de legitimidad escasa.
Y en ese caso la opción de volver a convocar elecciones creo
que sería no querer escuchar la voluntad del pueblo de Catalunya.
A estas alturas, nadie con mínimo juicio, puede no aceptar
que la sociedad catalana está quebrada en dos mitades con anhelos, aspiraciones,
ilusiones y apuestas por el futuro diferentes, incluso antagónicas.
Y nadie en ese sano juicio del que hablo puede asumir que si
no hay gran diferencia cuantitativa entre esos dos modelos políticos (hablando
¡claro!, a grandes rasgos), otro proceso electoral solo traería un resultado
parecido y una aún mayor profundización de la fractura social, del deterioro
económico y, a la postre, de la ya bastante maltrecha imagen del país.
Y parece que sí puede ser que se dé ese “empate técnico”
como vienen proclamando todos los oráculos.
Pues señores políticos escuchar al pueblo significa que, por
un lado, hagan un esfuerzo de contrición y asuman que no pueden imponer su
ideología a “la otra mitad” de catalanes, cualquiera que sea el bando vencedor.
Y por otro, que sepan actuar con generosidad y auténtica
actitud de servicio al pueblo que van a representar, y creen una forma de
gobierno transversal en el que de verdad estemos representados todos los
catalanes, y aunque tengan que renunciar parcialmente a sus credos, dogmas,
liturgias, demagogias, se esfuercen por elaborar y llevar a cabo un programa de
Gobierno que pueda dar satisfacción a las necesidades reales, aunque las
ideológicas queden mermadas.
Y si no lo hacen, seguiremos abundando en crisis tras
crisis, desestabilizando la sociedad, la economía y la imagen que tanto cuesta
construir.
Bellaterra 18 de Diciembre de 2017.
P.S.: Después de escribir este texto he escuchado a uno de
los aspirantes a President hablando de la necesidad de crear un “Gobierno
Transversal”. Aclaro que no ha sido mi intención hacer propaganda de ninguna de
las alternativas que se presentan, y que como se escribe al final de las películas.
…ha sido pura coincidencia.