CUENTOS CHINOS. DE VERDAD
LA CONCERTISTA DE GUITARRA CLÁSICA
QUE VENDE CABALLOS CARTUJANOS
Hace unos días me invitaron a un concierto que daba un
cuarteto de cuerda en una galería de arte.
El planteamiento era muy interesante, porque se trataba de
un cuarteto compuesto por dos catalanes (2º Violín y Chelo) y dos pequineses
(1er. Violín y Viola), rodeados de una obra pictórica de una artista pequinesa Li
Wei, que desarrollaba una interesante técnica puntillista aplicando tinta sobre
lienzo de seda punteado.
El tamaño de la sala hizo que los alrededor de 50 asistentes
que éramos nos sintiésemos privilegiados.
Al ser un concierto así como familiar, los artistas fueron
explicando cada obra que iban a interpretar, y de ese modo, descubrí a un músico
italiano del barroco que no conocía y que me resultó un auténtico hallazgo y
cuya música disfruté hasta la última corchea.
Se trataba de Teodorico Pedrini, religioso que decidió ser
misionero y se fue a China, donde estuvo más de 30 años en la corte imperial.
Fue un personaje muy apreciado y muy bien considerado, y a su música siendo
puramente barroca se le adivina un ligero toque oriental.
El cuarteto nos deleitó con dos piezas, compuestas por él
hace 300 años, una de ellas concretamente en 1701.
El programa continuaba con el inefable Wolfgan Amadeus.
Interpretaron el Requiem que fue su última obra, y que no pudo
completar porque falleció antes de terminarla. Sergi el Chelo, nos anunció que
sólo tocarían hasta la Lacrimosa que es lo que Mozart compuso. El resto lo
obviaron porque fue acabado por sus discípulos.
Por cierto, tanto en las piezas de Pedrini como en el
Requiem, hay ciertos escalofriantes solos para Chelo
que aparte de erizarme la piel, me hicieron recordar a una
joven publicitaria sevillana que conocí hace unos años, Belén Moreno, y que
alterna su creatividad, entre la publicidad y el susodicho instrumento. Un día
tuve la suerte de que tocase para mí…bueno y para unos cuantos más y pensé que
esta mujer tenía por delante un hermoso futuro musical.
Luego la América de Dvorak, completó el programa.
No hubo necesidad de pedir un bis, porque en este tipo de
conciertos el bis ya viene ensayado y preparado. Y esa fue una gran sorpresa de
la noche.
Yo tenía sentado delante de mí a un tirillas chino con barba
de chivo, (Se aprecia, aunque levemente, en la foto), gafitas redondas y vestido con pajarita
blanca.
Le llamaron al escenario y explicaron que había sido el
arreglista de las piezas de Pedrini y que había arreglado también una pieza que
un músico Shanghainés de la primera mitad del siglo XX, compuso en 1949 y
que quiso con ella recrear el ambiente de la vida en la época decó de los años
20s y 30s.
A mi me pareció que el ritmo era un 3x4 que se corresponde
con el típico de los valses. Y allí nos “vinimos todos arriba”, como nos
recuerda la publicidad que tiene que sucedernos en estos tiempos modernos. Y
con ese cierre, alcanzamos el techo que la belleza, la estética y la plástica
nos tenía reservado para ese día.
Al salir, me fui al puente sobre el Río Suzhou, al que aquí
llaman the creek (el arroyo), para mirar desde allí el skyline de Pu Dong, que
como mi amigo Albert Creus sabe bien porque lo ve desde su casa, es una de las
imágenes más bellas del Shanghai nocturno. Por cierto, durante las últimas semanas
hemos tenido una obra en ese distrito y eso nos ha obligado a hacer largos
recorridos nocturnos en Taxi y disfrutar de la enorme belleza urbana de esta
gigantesca metrópoli.
Pero no os voy a hurtar la anécdota que da título a este
articulillo.
En el intermedio del programa musical, nos invitaron a un
vinito, que dado que una de las propietarias de la galería es francesa, se
trató de un "Chatea algo" de Burdeos, bastante rico. Aunque, esta vez en lugar
de canapés fueron unos aperitivos chinos, equivalentes a nuestros ganchitos de
queso, de los que no haré comentario.
Se me acercó una señora que me preguntó si yo hablaba
español, (¿tanto se me nota, sin haber articulado una palabra?), y me dijo que
ella era Americana y que su profesión “principal” era concertista de guitarra
clásica. Le pregunté por su magnífico español y me dijo que se había trasladado
a vivir a Granada, porque al ser la patria de Andrés Segovia, quiso ir allí a
impregnarse de su espíritu y a ver si se le pegaba algo.
A mí no me sonaba que Segovia fuese granadino, aunque es
verdad que debutó artísticamente y vivió mucho tiempo en esa ciudad por lo que
probablemente ha quedado ligado a la hermosa Granada para la historia.
Efectivamente, he buscado su biografía y he visto que nació
en el mismo pueblo que mi padre, Linares, como dice el saber popular, “donde tres huevos son dos pares”.
Y la señora (siento no recordar su nombre) me explicó que
desde que se trasladó a una ciudad en la que la guitarra está omnipresente, su
conocimiento del instrumento había aumentado mucho.
Charlamos un rato sobre, Segovia, Yepes, Regino, y como no
podía ser de otro modo, salió a la conversación el Maestro Joaquín Rodrigo. Yo le conté
una anécdota que me sucedió una vez en el Palau de la Música de Barcelona. Y es
que fuimos a ver una interpretación del Concierto de Aranjuez, en la que el
solista era un guitarrista que estaba considerado el mejor intérprete argentino
de ese concierto y que lo llevaba tocado más de 500 veces ante audiencias de
todo el mundo. Ella me preguntó si se trataba de Ernesto Bitetti. Yo le
contesté que creía que sí, pero que de lo único que me acordaba es de que su
apellido era italiano, como el de tantos argentinos. Bueno pues este buen
hombre, se quedó en blanco en medio del concierto y no pudo seguir, porque se
encontraba totalmente perdido. Se levantó, nos pidió disculpas al público, se
acercó al director de la orquesta, le pidió que reiniciasen en un compás
concreto, y la volvió a cagar. Repitió el mismo ritual de disculpas y
finalmente pudo acabar el concierto.
La señora me dijo que eso pasaba de vez en cuando, pero que
normalmente cuando les sucede suelen compensarlo con una improvisación que el
público no entiende y alucina y al director le vuelve loco. Y me contó que su
marido que era Violonchelista de la orquesta de Philadelphia, se quedó una vez
en blanco tocando a Stravinsky, y se puso a improvisar. El director trató de
seguirle, pero el hombre le tomó gusto a su improvisación y durante un buen
rato volvió loco al director y a la orquesta, hasta que volvió a la partitura.
El público agradeció mucho la improvisación y le premió con una gran ovación.
Así transcurría la conversación cuando la pregunté qué hacía
en Shanghai. Cual no fue mi sorpresa cuando me dijo que había venido a vender unos
caballos cartujanos.
- Perdón, ¿y que tienen que ver los caballos con la
guitarra?.
- Nada, pero tengo unos amigos que tienen caballos y como yo
hablo mandarín he venido a ayudarles a vendérselos a los chinos, que se pirran
por estos pura sangre.
- Y ¿Dónde aprendiste mandarín?
- Aquí en Shanghai. Es que yo formaba parte del cuerpo
diplomático de la embajada norteamericana, y nos enseñaban el idioma con un
método que en 6 meses lo aprendíamos. Teniendo en cuenta lo que me cuesta a mí
aprender cada nueva frase no me creí una palabra acerca del sistema en cuestión. Pero ella me aseguraba que
era un método que tenían en la Embajada y que es rechazado por las escuelas de
idiomas porque les fastidia el negocio.
Bueno, no sé que sería verdad de todo esto, pero me pareció
una extravagancia que una concertista de guitarra clásica Norteamericana, y
residente en Granada, estuviese vendiendo caballos cartujanos en China.
Como dijo el ingenioso hidalgo: “Cosas veredes Sancho que
farán fablar las piedras”
Shanghai, 4 de Noviembre de 2015
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