ESTO NO ES UN
CUENTO…¿O SÍ?
LA TRASCENDENCIA
Por fin me
he animado a leer el “Diario de Otoño” de Salvador Pániker. Me ha costado un
poco, porque cuando leí “Cuaderno Amarillo” me pareció que este buen hombre
tiene una línea de pensamiento realmente impresionante, pero escribe con una
pedantería que se me hizo entonces insoportable.
No sé si el
hecho de ser filósofo entraña esa necesidad de hablar desde el Olimpo, o quizás
en el caso de este pensador, como él mismo observa en su libro, “dedicar media vida a construir el ego y la
otra media a deshacerse de él”. pudiera ser que no hubiese entrado todavía
en esa segunda mitad, a pesar de que cuando escribe estas palabras cuenta con
una madurez y la excelencia que le aportan sus 70 años vividos.
No me he
arrepentido de leerle en esta ocasión y de tomar muchas notas sobre su vertido
intelectual. Notas que desde que leo en e-readers, me resulta muy fácil
remarcar, incluso separándolas por colores, según el tipo. Algo un poco distinto
aunque parecido, a lo que ha hecho con este mismo texto mi amiga Virginia
Galvín que lo ha ido marcando con un lápiz de Chanel de esos de mejorarse el
aspecto, que es el que tenía más a mano en ese momento. Claro! es que hay gente que conoce y practica el
glamour, incluso leyendo filosofía, y otros que resultamos un poco más de andar
por casa.
El
pensamiento de Pániker me ha conmovido sobre todo en lo referido a la
trascendencia y a la necesidad del hombre para inventar dioses, y cómo ésta, ha
resultado una constante a lo largo de la historia de la Humanidad. Y que el
hombre primitivo empezó a pensar en la deidad por la simple observación de la
cúpula celeste.
Me ha
llamado mucho la atención una observación de Schrödinger: la idea de un universo sin nadie que lo contemple resulta absurda. Es
el despropósito de un universo sin “espíritu”, sin conciencia, sin cómplices,
sin dioses, sin amor. Se hace difícil pensar que el fantástico y colosal
espectáculo de la evolución cósmica transcurra, como una pieza de teatro del
absurdo, ante un auditorio vacío.
También
comenta una expresión de Camus: Uno
tiende a pensar que en alguna parte tiene que residir la matriz de la
racionalidad, de la conciencia, de la belleza y, en último término, del ser.
Que bien nos
hace a los agnósticos, que no llegamos a ser ateos (¿será porque somos
cobardes?) sentir cómo la creación de dioses o no, la aceptación de su
conjugación o no, la generación de dudas, que, como dice mi amigo Jorge Gómez
Monroy, son muchísimo más abundantes que las certezas, es algo que afecta hasta
a los creyentes.
De tal modo
que al final uno concluye que el dudar está en la misma esencia del ser humano.
Y el creyente plantea sus dudas desde la puesta a prueba de su fe, y el no
creyente desde la de su escepticismo.
Y desde
aquí me vuelve a inquietar la construcción intelectual de esos cuerpos de
normativas, liturgias y cultos con los que los más poderosos se han dedicado a
controlar a los más débiles, y que les han dado el nombre o el concepto de Religión.
Algo que escribo con mayúsculas contra mi víscera, porque es un concepto tan
atronador y que afecta tanto a esta humanidad a la que pertenecemos, que he de
elevarlo de la categoría donde me gustaría tenerlo confinado.
Y este
concepto que en todas las culturas existe, no me asombra que afecte tantísimo a
las personas. Recuerdo una película de Ciencia Ficción que se titulaba Contact,
en la que una mujer científica encarnada por Jodie Foster, se ofrecía
voluntaria para establecer un primer contacto con una civilización
extraterrestre que se había manifestado interesada en contactar con la
Humanidad, ya que había sido ella con su ciencia quien había dado lugar a ese
hipotético contacto. La científica en cuestión era atea, y se le preguntaba
¿Por qué vamos a enviar como embajadora de la Humanidad a una persona atea,
cuando más del 95% de los seres humanos tiene alguna forma u otra de creencia
metafísica?.
Y es que
parece cierto que las religiones pierden valor cuando los fenómenos explicables
solo por la acción del “creador” o por la magia, o sumidas en las tinieblas del
misterio como hace la religión católica, tienen una explicación física o
intelectual. Y que el famoso dicho “Cuanto más ciencia, menos dios” es una
realidad, menos cuestionable cada día que pasa.
Parafraseo
otra vez a Pániker, para expresar mi acuerdo en ese concepto que vierte de
manera extraordinaria sobre los que andamos debatiéndonos entre la necesidad de
sentir algo más que no esté necesariamente apoyado en un acto de fe. …la ciencia nos hace agnósticos y la mística
nos abre a lo que no tiene nombre.
“Agnosticismo
místico” es, así, una buena fórmula para definir el tipo de sensibilidad
religiosa a la que uno se adhiere.
Ahora que
estoy en China me ha entrado una tremenda inquietud por el Tao. Materia en la
que me ha introducido mi buen amigo chino Alberto YuYu. Y me inquieta porque,
al contrario de la mayoría de credos y religiones, esta promueve que la vida y
los placeres que conlleva el vivir se han de disfrutar mientras se está vivo y
no en un hipotético paraíso, o cielo, o nirvana, o wahlala o como cada liturgia
quiera llamarlo, al que hay que acceder después de muchísimos sacrificios.
Para mí una
religión “Epicúrea”, reviste un interés por encima de lo normal. Motivo por el
cual me he decidido a estudiar al respecto. Yu Yu me ha explicado unas cuantas
cosas sobre el taoísmo, pero ya os las contaré cuando además de esas, haya
aprendido unas cuantas más, si es que lo consigo. Os prometo que lo compartiré
con quienes queráis.
Aquí os
dejo una imagen relacionada con mi hipotético artículo sobre el Tao. (Si un día
finalmente me atrevo a escribirlo).