Nunca fui
nacionalista de forma voluntaria. Y digo de forma voluntaria porque, ¿quién de
mi generación durante su niñez y pubertad no se vio obligado a formar prietas
las filas, recias y marciales?
Es cierto que mi
identificación cultural, está con lo español, lo catalán, lo latinoamericano, e
incluso lo norteamericano, porque mi formación humanista se ha nutrido
principalmente en esas fuentes.
Y en la cosa de
los deportes, que es casi únicamente cuando se escuchan himnos patrióticos,
nunca me he sobrecogido al escuchar ninguno de ellos, y animo tanto al equipo
español como al chileno, o al colombiano.
Por lo cual, y a
pesar de vivir en Catalunya y rodeado de amigos catalanes, y algunos de ellos
muy íntimos de clara tendencia independentista, me he resistido a comulgar con
el nacionalismo catalán, y he reforzado mi convencimiento de que la unión hace
la fuerza, sea la unión española, como la europea.
Por cierto, tengo
que dejar claro que profesionalmente, he estado difundiendo la cultura catalana
por distintos lugares del mundo, y apoyando a la Generalitat en su acción
política exterior durante un buen número de años.
Pero una cosa es
la profesión y otra muy distinta la devoción.
Y hago este
preámbulo para que por sí mismo colabore a explicar mi posición ante este disparate
creado, entre el Gobierno de España y el de Catalunya.
Creo en el
imperio de la Ley, pero también creo que la Ley va detrás de la Costumbre, como
dice su propia definición, y creo que la Ley debe adaptarse a las necesidades
de los pueblos que las promulgan.
Y no vale
escudarse en la Ley, para justificar la torpeza política, la inacción, y la molicie
intelectual, o ¿acaso es la estulticia en grado superlativo?, que ha llevado al
Gobierno de España a desoír el clamor de una parte sustantiva del pueblo de Catalunya.
Me parece
equivalente barbaridad esgrimir la Ley para impedir un inevitable referéndum ilegal,
como seguir adelante con un referéndum ilegal, y por tanto con pocos visos de
ser vinculante ante los organismos europeos.
Y este grupo de
políticos intransigentes a uno y otro lado que han renunciado a hacer política
para sustituirla por testosterona nos ha metido en un callejón de difícil
salida. Porque, ¿de verdad nos creemos que se van a anular los resultados de
este referéndum, o consulta, o manifestación popular, o como se quiera llamar
por el hecho de ser ilegal? ¿Y que todo va a quedar como si aquí no hubiese
pasado nada? O ¿de verdad nos creemos que porque el sí vaya a ganar (parece
cantado dadas las circunstancias), al día siguiente se va a crear la República
catalana, así sin que no surja ningún movimiento en contra?
Pero, ¿en qué
contexto creemos vivir para pensar que cualquiera de estas dos opciones es
posible?
No pienso ir a
votar, y no es porque me encuentre a 10.000 kms. de distancia como es el caso,
sino porque no acepto de ninguna manera que me digan que si quiero un mundo
mejor tengo que votar sí a la independencia de Catalunya, y que si voto no es
porque quiero que todo siga como está.
Aborrezco esa
forma dicotómica de que me planteen expresar mi posición política ante las
relaciones entre España y Catalunya.
Aborrezco el
Gobierno de un estado español incapaz de escuchar a una parte de su pueblo que
quiere independizarse y a otra parte de su pueblo que, viviendo en Catalunya,
queremos un status distinto al actual.
Aborrezco a un
Gobierno de la Generalitat, que ha llevado su mesianismo a dividir la sociedad
catalana en dos mitades, de tal forma que pase lo que pase una de las dos
mitades quedará frustrada.
Y también
aborrezco a un partido que siempre se caracterizó por su moderación, sentido de
estado y enorme capacidad de gestión de sus relaciones con España y con Europa
haberse entregado a un partido enloquecido que en sus postulados programáticos
se define antisistema y cuyo objetivo es destruir el sistema capitalista. Y
aunque me cueste decirlo tengo que aceptar que admiro a un partido que nunca
engañó a nadie en cuanto a sus objetivos secesionistas, aunque yo no comulgue
con sus postulados.
Y ya, en el zénit
de la insensatez, la miopía política, y la estupidez superlativa, deploro,
critico, y me rebelo intelectualmente ante ese estado que echa mano de sus tics
heredados del fascio del que muchos de ellos son hijos ideológicos, y cree que
puede arreglar algo con una demostración de fuerza llenando Catalunya de “Fuerzas
de Seguridad del Estado”.
Sí que han
conseguido exhibir ese larvado fascismo coreado por la caverna mediática que
les arenga cada día desde emisoras y tertulias, y que los que en ningún momento
pudimos sentirnos simpatizantes del movimiento independentista, ahora no voy a
decir que los justifiquemos, pero sí que los comprendamos un poco mejor.
Y, como me dijo
hace unos días un amigo mío, el 1 de Octubre, en realidad lo que comienza es la
República española, porque que, en estas circunstancias, el Jefe del Estado
decida continuar siendo un carísimo jarrón chino en medio del comedor y como
gran gesto, modifique su agenda para seguir viendo los toros desde la barrera, es
como si estuviese escribiendo su despedida.
Escribo esto en
Shanghai el día 30 de Septiembre de 2017.