CUENTO FILIPINO. DE
VERDAD
Cuanto más viajo, más desarrollo la
conciencia de que en lo que me queda de vida (según las expectativas actuales)
no voy a tener tiempo para poder enterarme de cómo es el mundo. Porque cada
nuevo lugar que conozco me abre “a lo ancho” a una nueva realidad que además
sugiere que aún quedan muchas por descubrir.
No sé quien demonios dijo que el
nacionalismo se cura viajando. Yo, sin menoscabar en absoluto a aquellos que
deciden aferrarse a “lo suyo”, siento que cada vez quiero ser más del mundo e
incorporar el mundo y todo lo que pueda de su contenido a mi propia experiencia
vital. Y cada vez, menos aferrado a “mi tierra”.
La cosa esta vez da comienzo en el
aeropuerto de Pu Dong (Shanghai). El azar hace que me sitúe detrás de un norteamericano, grande, alto, calvo, corpulento y tan moreno que en algún momento
pensé si sería mulato, que no lo era.
El buen hombre me dio conversación, cosa
que me ocurre con frecuencia con los estadounidenses (no los llamo americanos
porque mi amigo argentino Jorge Gómez Monroy, me afearía la conducta). Y de lo
primero que quiso hablar fue de dinero, (que raro!).
¿Cuánto te ha costado el billete? Ah!
Pues es muy buen precio. Yo, en realidad, voy con mis dos hijos a pasar tres
semanas en Bali, pero los billetes desde Shanghai me costaban 3.000 dólares; en
cambio si pasábamos por Manila, solo me costaban 600. Y he decidido que vamos a
pasar unos días en Manila antes de irnos a Bali. Después de Bali nos vamos a
Vietnam otras tres semanas, o ¿son cuatro?. Oye John, le pregunta a su hijo de unos
10 años, son 3 o 4 semanas en Vietman? Cuatro, daddy!
A mí me gusta mucho Asia y todos los años
venimos una temporada. Dice el buen hombre.. Me fijé en que tanto el niño como la
niña, quizás un año mayor tenían rasgos orientales y me dije: claro, no me
extraña deben ser un cruce entre oriente y occidente. Por cierto, la supuesta
madre de los niños no viajaba con ellos.
Oiga a Vd. le gusta el cerdo? Me
pregunta. Pues…sí, sí me gusta. No deje de comer el cerdo crispy que preparan
en Cebú. Es una delicia. Ahora que estoy en el aeropuerto esperando a mi vuelo
de vuelta, tengo que decir que lo he intentado probar y no ha habido manera
porque sí lo hacen, pero no es la cosa más común de Moalboal que es el nombre del pueblo en que estaba el resort en el que me alojaba.
Después de pasar seguridad, no me sentí
con ánimos de abandonar a Jeff que es como se llamaba mi nuevo amigo, y como el
vuelo salió con una hora de retraso pues seguimos dándole a las trivialidades.
El siguiente tema fue cuales eran las
mejores líneas aéreas. Oye John dile a este señor cual es la mejor línea del mundo;
y el chaval dijo Singapore airlines.
Es muy listo. Verá.
-
John, mira ese avión! (por
uno que nos sobrevolaba en ese momento) de que línea es?:
-
Thai.
Se sabe los nombres y los logos de (no me
acuerdo cuantas me dijo, pero sobrepasaban el centenar) las líneas aéreas. Es que su madre es
coreana. Supuse que me lo decía porque eso explicaría lo “listo” que era el
chaval.
- Yo tengo en mi casa una
maqueta con la reproducción a escala 1:500 de more than one hundred airplanes.
Por eso se los conoce tan bien.
-
Hombre! Eso lo explica,
claro!
-
Te dedicas a la aeronáutica?
-
No, no. Retail! Ah eres tendero.
-
Y que clase de retail?
-
No no retail, no, retired.
Ante mi cara de extrañeza (aparentaba unos 50), me aclaró:
Es que me retiré a
los 42. Yo era abogado en NY.
Lógicamente, yo le expliqué que también
estaba retirado de la Publicidad, pero que seguía activo en otro tipo de
negocio, bla, bla, bla.
Finalmente embarcamos y yo agradecí que
nos separasen un buen número de filas, porque el tipo rajaba más que el cuchillo de un melonero.
Pero transcurridas un par de horas de
vuelo fui al lavabo de la parte trasera y me lo encontré en la última fila.
- Esperas para el lavabo? Le pregunté
- No. Es que me he venido aquí atrás a
tomarme una cerveza con este señor filipino. Al pobre se le ha muerto su esposa
la semana pasada y me ha pedido que bebiésemos juntos a su salud en la vida
eterna.
- Pero, fíjate que curioso, el señor no
para de sonreír.
Entonces me dirigí al filipino y le di
mis condolencias, cuya respuesta fue echarme una sonrisa y brindar con su cerveza, aunque yo no tenía otra para hacer lo propio.
Le dije a Jeff que esta gente tenía unos
valores diferentes a los nuestros, y rápidamente me fui al lavabo para no
entrar en la discusión de cuales son mejores si los suyos o los nuestros.
Después de aterrizar, yo tuve que salir
como alma que lleva el diablo porque el retraso me hab ía complicado mucho la conexión
a Cebú, y me despedí de Jeff desde la puerta del avión donde el sobrecargo del
vuelo me coló para que saliese antes que el resto del pasaje, junto con otro norteamericano mucho más nervioso que yo.
Sólo me quedaban 20 minutos y tenía que
pasar control de pasaportes, recoger mi maleta, llevarla a los customs y
volverla a depositar en la cinta de equipajes con un adhesivo de checked.
Por cierto, esto último del equipaje me
lo contaron cuando llegué a la sala de embarque donde me dijeron que aunque el
equipaje estuviese facturado a Cebú tenía que pasarlo por la aduana en Manila.
Pedí que alguien me ayudase porque volver a hacer todo el recorrido que además
incluía un cambio de terminal no iba a ser posible dado el tiempo disponible.
Los de Philipines Airlines con una flema que me río yo de la inglesa, me
dijeron que estuviese tranquilo, que me esperarían y no perdería en vuelo.
Llamaron a un empleado que me acompañó saltándonos todos los controles habidos
y por haber, y efectivamente después de la Ginkana por el aeropuerto, me vi
sentado en el vuelo hacia la preciosa isla de Cebú.
En los escasos días que he estado en Cebú
he podido comprobar que, efectivamente, esta gente se toma la vida con alegría,
a pesar de las enormes dificultades por las que pasa esta sociedad.
Como suele suceder en el subdesarrollo,
solo hay dos clases sociales la muy rica, que viaja en Primera y lleva bolsos
de Prada, y la depauperada.
Pero la característica común es la
sonrisa. No sé si sonreír es una actitud de conformación con lo que les rodea,
o una forma de empezar la relación con los demás, o un modo de huir de la
realidad tremenda que les circunda.
Un día de estos tengo que profundizar en
lo que supone la sonrisa en las personas.
Me he dado cuenta de que hasta la más
fea, o el más feo, (no me vayan a tildar de misógino) se vuelve bella/o al
sonreír. La sonrisa se erige en patrón de todas las bellezas. Aunque seguramente esto de la belleza responde siempre a criterios subjetivos.
A todos nos gusta ver a la gente
sonriente.
Cuando hacemos una foto pedimos que digan
PA-TA-TA o CHEEEEESE si estamos entre anglosajones, para estimular la sonrisa.
Y luego decimos: “Qué guapa/o has quedado”
La diferencia racial suele provocar dos
reacciones: Miedo que suele ser el caldo de cultivo del racismo, o admiración
por aquello que no tenemos.
En el caso de la raza filipina, a mí
personalmente siempre me ha causado admiración. Me ha parecido ser una raza de
rasgos muy bellos. Aunque ahora que lo pienso, a lo mejor es una raza cuya
estética está muy afectada por su costumbre de sonreír constantemente a todos y
por todo.
Podría seguir contando sobre mi relación
con los filipinos durante estos días de sol, relajo y buceo, pero eso da para
otro relato.
Comenzado en el aeropuerto de Mactán Cebú
y terminado en el de Ninoy Aquino Manila. Sin nada mejor que hacer en el
tránsito. El 3 de Junio de 2016.